lunes, 5 de febrero de 2007

Resurgimiento de la vida musical

En 1820, empezaron a representarse comedias y espectáculos dramáticos en la casa del señor Ambrosio Cardozo. El año 1831, el señor Cardozo construyó un teatro entre las esquinas caraqueñas que hoy conocemos como El Chorro y Coliseo. Este teatro, recordado como el Coliseo de Caracas, albergaba de 800 a 1000 personas. Es en este local donde se dieron a conocer algunas obras dramáticas que fueron representadas por compañías españolas que visitaron la capital, así como dos óperas de Rossini, puestas en escena por músicos criollos. El Coliseo fue desechado como teatro público hacia el año 1850, y para el año 1853, de él sólo quedaba un solar en ruinas.

Del montaje de óperas en el Coliseo se conserva una interesante crónica en el periódico La Oliva del 1º de septiembre de 1836. En ella se menciona el montaje de dos óperas de Gioacchino Rossini: La Urraca Ladrona, presentada dos veces, y El Barbero de Sevilla, puesta en escena sólo una vez. El montaje fue llevado a cabo por una compañía lírica criolla que dirigía Atanasio Bello Montero; esta compañía recibió gratos elogios de visitantes extranjeros que asistieron a las representaciones. En 1843 se presentó en El Coliseo una compañía lírica italiana: la Compañía de Ópera de Alejandro Galli. Esta temporada es famosa en nuestra historia musical por una acalorada polémica que levantó entre los críticos y melómanos caraqueños.

Atanacio Bello, de quien hablaremos con más detalles, había organizado con otro músico, José María Izaza, una Sociedad Filarmónica hacia 1831. Existía en la época la costumbre de incluir tonadillas sinfónicas y bailes en las noches de comedias, por lo que la orquesta de la Sociedad Filarmónica tuvo ocasión para debutar con bastante frecuencia. Entre los instrumentistas que formaban la orquesta se encontraban distinguidos músicos caraqueños como, por ejemplo, Juan Meserón y Felipe Larrazábal. Esta orquesta tuvo oportunidades para presentar programas de conciertos donde seguramente se interpretaban obras creadas por nuestros compositores.
El amplio interés del sector oficial de la época por la música es patente, por ejemplo, en la figura del General José Antonio Páez. En sus años de juventud, Páez conoció las danzas e instrumentos de la época, los cuales dominaba a la perfección. Muchas anécdotas se desprenden de los momentos de esparcimiento musical que encontró entre una batalla y otra durante las luchas de independencia. Por el año 1852, estableció relaciones amistosas en Europa con Louis Moreau Gottshalk, quien le dedicó Marche de Nuit, su opus 17. Durante su permanencia en Buenos Aires, dedicó a una niña dos obras en las cuales podemos apreciar sus dotes de melodista: Escucha Bella María y La Flor del Retiro.

Respecto a la educación musical durante esta época, encontramos la preocupación del gobierno por consolidar una institución oficial dedicada a esa labor. La Diputación Provincial de Caracas, en la Resolución del 3 de diciembre de 1849, y en Ejecútese del Gobierno Superior Político de la Provincia, del 7 del mismo mes, establece la creación de una escuela de música destinando para ello un presupuesto específico de trescientos pesos anuales. Esta escuela formaría parte de una Academia, y se instaló el 1 de enero de 1850, siendo su director el maestro Atanacio Bello Montero.

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